terça-feira, 19 de abril de 2011

A la vuelta

El silencio del metro. Ese silencio ruidoso.
Sólo dos hermanas comentan algo de sus vidas y en el otro banco un hombre mayor se detiene en el vacío. Es elegante y muy delgado. Lleva puesto un traje de domingo aunque su expresión no es propia de un festivo. Obsevo al resto y podría asegurar que nadie ha nacido aquí. Ella, la mujer de enfrente que dormita contra el cristal ha llegado, por lo menos, de otro país. Las hermanas tampoco han nacido aquí, hablan distinto, tienen distinta la piel. El hombre del fondo podría ser pero hay algo en él que reconozco en mí, es la tristeza y la emoción cansada que se apodera de la gente que va de tren en tren, de vagón en vagón.
También el hombre mayor, con su traje de domingo, su rostro afeitado, bien peinado, parece venir de un pueblo remoto al que nunca volvió.
Y entonces por fin lo veo. Al final de sus piernas, donde deberían estar los calcetines, no hay nada. El bajo del pantalón está roto por el uso y sus zapatos llenos de barro a penas tienen suela en la que apoyarse.
Entonces la veo a ella que dormita y en su rostro aún quedan restos del maquillaje de la mañana que intentaba esconder sus ojos.
Y ellos, el vagón, yo, nos perdemos en el silencio, en los rostros que habitan cada espacio, tan comunes y diversos que finalmente no podemos distinguirnos del vacío.

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