sábado, 26 de fevereiro de 2011

En el primer vagón...


Hoy he esperado el cercanías sentada junto a un hombre de casi 50 años. J. Pereira Batista, de Guinea Bissau. Olía a alcohol su aliento y sus ojos estaban irritados de cansancio. Al acercarse al tren empezó a caminar despacio. Es un hombre grande y paciente que lleva la sin razón de la guerra de parada a parada del cercanías, camino siempre hacia Villaverde, Villaverde bajo. Me ha hablado de la guerra que salía de las matas y nunca llegaba a la capital. Me ha contado donde se esconde el cobalto y las muertes que encierra. Guinea, Angola, Congo.
El mundo va mal, si hubiera miles como yo esto acabaría muy mal. Nos dan muchos nombre, nos insultan, nos ignoran. Morimos a miles y nadie se entera.

[El pasajero de enfrente es joven, nos escucha sin observarnos y aprovecha un encuentro casual de miradas para ofrecernos una sonrisa cómplice y confusa]. 

J. se soprende hablándome de su doctora y se asusta. Cambia de conversación, intimidado, a términos de clase y conocimiento de Amancio Ortega por si puede sorprenderme. Confiesa que no me entiende, que qué tipo de investigación estoy realizando. Su acento es confuso, más cubano que Guineano. Me considera también, como él, portuguesa y me dice que yo tengo algo dentro, algo que no tienen las demás blancas.
Se busca coqueto y me da su teléfono. J lleva algo dentro que explota en su cuerpo, que intenta calmar con cualquier cosa, pero ya no aguantará más. J guarda la brutalidad y la conciencia, la libertad y la injusticia, todas las muertes de las guerras silenciosas. La verdad del cobalto.
Encantada, J, que tengas muchas suerte y que todo vaya libre entre nosotros.
Nos bajamos del vagón hacia direcciones opuestas.

¡Qué siga el viaje!