segunda-feira, 25 de abril de 2011

25 de abril sempre!



Flores pacíficas amantes revolucionarias.

La paloma blanca trae una rama de Olivo
de los olivares del Jaén altivo.
El cañón ianqui disparó un Clavel.
Al frente de la revolución
va la Rosa,
van el Loto, el Tulipán,
va el Naranjo, el Cedro
y el Azafrán.

Hace treinta y siete años
Angola y Mozambique
repartieron Cravos,
rojos y revolucionarios,
por la calles de Lisboa.

Y el Jazmín y el Loto se han levantado ayer.

sexta-feira, 22 de abril de 2011

El primer paso

Tengo tan presente la seguridad que me transmitió la mesa de la cocina cuando me levanté por primera vez que aún guardo rencor de la mano que me obligó a dejarla atrás par dar pasos en falso. Miedo, vértigo, soledad. El primer muro después de quitar los ruedines de la bicicleta azul sin conseguir pedalear todavía. La mesa de la cocina, los ruedines, el billete de metro.
Hoy prefiero quedarme en el banco más estático del vagón. Sé que el primer paso en falso ha sido imprescindible para poder alcanzar este banco pero echo de menos la mesa de la cocina cuando aún era azul.
En algún momento tendré que dejar de agarrarme al banco y luchar una vez más contra el vértigo. Escoger una estación.
Envidio al niño que llora en los brazos de su madre porque no lo deja andar. Hoy sabe a dónde quiere llegar.

terça-feira, 19 de abril de 2011

A la vuelta

El silencio del metro. Ese silencio ruidoso.
Sólo dos hermanas comentan algo de sus vidas y en el otro banco un hombre mayor se detiene en el vacío. Es elegante y muy delgado. Lleva puesto un traje de domingo aunque su expresión no es propia de un festivo. Obsevo al resto y podría asegurar que nadie ha nacido aquí. Ella, la mujer de enfrente que dormita contra el cristal ha llegado, por lo menos, de otro país. Las hermanas tampoco han nacido aquí, hablan distinto, tienen distinta la piel. El hombre del fondo podría ser pero hay algo en él que reconozco en mí, es la tristeza y la emoción cansada que se apodera de la gente que va de tren en tren, de vagón en vagón.
También el hombre mayor, con su traje de domingo, su rostro afeitado, bien peinado, parece venir de un pueblo remoto al que nunca volvió.
Y entonces por fin lo veo. Al final de sus piernas, donde deberían estar los calcetines, no hay nada. El bajo del pantalón está roto por el uso y sus zapatos llenos de barro a penas tienen suela en la que apoyarse.
Entonces la veo a ella que dormita y en su rostro aún quedan restos del maquillaje de la mañana que intentaba esconder sus ojos.
Y ellos, el vagón, yo, nos perdemos en el silencio, en los rostros que habitan cada espacio, tan comunes y diversos que finalmente no podemos distinguirnos del vacío.